EL ECO DE UN ANCESTRO SOBRE UN SAPIENS MODERNO
Hace miles de años, en un mundo sin prisa, ni notificaciones, un ser se levantaba al amanecer. No porque sonara una alarma, sino porque su cuerpo, sin otro cometido que el de la naturaleza, despertaba con el Sol y se recogía con la Luna.
Su nombre es indiferente. Podría haber sido un recolector en los bosques de europa, un cazador en las sabanas africanas o un pescador de los ríos andinos. Pero todos ellos compartían algo: un ritmo. Una cadencia vital tan precisa como invisible. Caminaban, contemplaban, escuchaban... eran pacientes. El tiempo no era un recurso limitado, era el espacio en el que la vida sucede.
Vivían al borde de la incertidumbre. No sabían cuándo encontrarían alimento. No sabían si mañana llovería o si un depredador acechaba más allá de la maleza. Pero esa misma incertidumbre les afilaba los sentidos. Les obligaba a estar aquí, ahora, plenamente vivos, plenamente presentes.
Hoy, el Homo Sapiens moderno se despierta entre 4 paredes y sobre un colchón mullido, impulsado por una alarma digital, consulta una pantalla y se lanza a un mundo convulso.
Consume más información en un día que aquel ancestro en toda su vida.
El ser moderno ha conquistado lo externo. Ha domesticado el fuego, la electricidad, los algoritmos. Puede pedir comida sin moverse del sofá. Puede ver el amanecer de cualquier parte del mundo sin salir de casa. Pero, paradójicamente, ha perdido contacto con su propio despertar interior.
Donde antes había espacio para la contemplación, ahora hay ruido. Donde había tiempo para escuchar el viento o leer las señales del suelo, ahora hay una sucesión infinita de estímulos diseñados para generar insatisfacción.
¿Quién es más libre?
¿Quién está realmente vivo?
Pero no todo es malo y de poco sirve volver a una cueva. Estás donde te tocó estar y tu pensamiento estoico debe aceptarlo, es una cuestión inevitable. Pero que ello no signifique quedarte de brazos cruzados, tienes la posibilidad de acercarte a una vida más plena y alineada con tus valores.
Lo fascinante de todo esto es que el Homo Sapiens moderno sigue llevando dentro al ser ancestral. Su cuerpo, su respiración, su necesidad de contacto, de calma, de silencio... siguen ahí, esperando ser escuchados.
No necesitamos abandonar la tecnología. Pero quizá sí aprender a usarla desde otro lugar. No como un refugio, sino como una herramienta. No como una huida, sino como un paso adelante.
Puede que el verdadero progreso no venga impuesto desde fuera, sino desde lo más profundo de tu propio ser.